Visión periférica

Lo que vemos sin mirar

Me pellizco para comprobar si estoy despierto. Lo estoy.
Ella se acerca por el pasillo capturando miradas furtivas como despiadado cazarecompensas.
La tía está espectacular. ¡En serio! Tan elegante… con ese vestido tan corto y esas piernas tan largas…
La conozco de toda la vida pero en relidad nunca la he visto de verdad hasta este momento.
Se me escapa un joder entre los dientes.

De inmediato recuerdo con nitidez la primera vez que la vi. Entonces tan sólo hubiese dicho que era una señora muy guapa. Sí, incluso recuerdo que lo pensé. Es más guapa que mama pensé. Claro que en aquella ocasión yo tenía nueve añitos y ahora veintiocho.
Fué en un hospital. Estuve enfermo más de una semana y la pasé feliz por librarme del colegio. Ella entró en mi habitación y me miró unos instantes, parecía confundida. Me sonrió con dulzura y se marchó susurando una disculpa bajo el exaustivo escrutinio de mami y también el de papi que ahora entiendo era por otras razones.

Después la he visto varias veces más pero nunca como entonces y menos aún como ahora.
Siempre han sido encuentros fugaces, en los dominios de la visión periférica. Siempre en lugares concurridos.
Me parece verla, ¡estoy seguro! y cuando giro la cabeza desaparece. Se funde entre la multitud.
Pueden pasar meses pero un buen día ¡zas!, ¡Ahí esta! La veo de nuevo. Alta, sofisticada, morena… Me muevo un poco y se esfuma.

Pero hoy no.
Hoy avanza entre las filas de asientos del avión y se detiene junto al mío. ¡No puede ser! De nuevo esa sonrisa…
Me aparto un poco y ella pasa rozándome. Por un momento pienso que se desvanecerá como siempre o que me explotará el corazón pero se acomoda a mi lado y con movimientos precisos y suaves se ajusta el cinturón de seguridad y no pasa nada más.
Hay mil preguntas estrujando mi garganta y una mezcla de excitación nerviosa y vergüenza tocando la batería en mi pecho.

Me he acostumbrado a creer que es un producto de mi imaginación pero aquí estamos ahora, ¡juntos!.
¡Por fin!
No puedo creerlo y la miro de reojo como un crío inquieto.
Tengo que preguntarle su nombre, tengo que decirla que ya nos conocemos, que creo haberla visto muchas veces en mi vida… ¡Qué estupidez!, pensará que es un tópico para ligar… y además se que en cuanto abra la boca me traicionarán los nervios… como explicarle…

Mientras la azafata cumple con el protocolo de seguridad y rodamos hacia pista yo no paro de darle vueltas al asunto y me hundo en el asiento un poco más.
Aun estamos ascendiendo en angulo de treinta grados y yo completamente bloqueado cuando ella coloca su mano sobre la mía. Sus dedos suaves producen un roce que quema.

La miro pero no se que decir.
-Perdona… es… que… -Y no me sale nada más.
-Sí, lo sé, me acuerdo de ti. – Su voz es aun más cálida que sus dedos.
-…
-Esta vez no me he equivocado.
Y entonces siento una vibración intensa, un ruido sordo, atronador… hay algo que no…
-Tranquilo… – Me susurra con esa maravillosa sonrisa.

 

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