El Primer Hechicero II

Segunda entrega del relato corto El Primer Hechicero

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EL PRIMER HECHICERO

II

Se despertó dolorido y febril. Se sorprendió un poco de seguir vivo. Comió un pedazo de carne, comprobó que no salia liquido rojo de su pierna, trató de incorporarse pero el dolor lo derribó y se durmió de nuevo. Soñó con bestias, a algunas las reconocía y a otras no. ¿Donde habitaban esos monstruos que le asaltaban algunas noches y que desaparecían en cuanto abría los ojos?

Soñó con la niña, ambos contemplando las diminutas luces del cielo que salían cuando la gran luz se iba. Ambos contemplando las telarañas con el rocío de la mañana, los movimientos de las aves cuando cazaban insectos, las interminables hileras de incansables hormigas acarreando diminutos tesoros. Sólo ellos dos en la tribu se fijaban en esas cosas.

Y aunque no dispusiesen del vocabulario necesario para nombrar, y mucho menos explicar, la mayoría de las extrañas maravillas que los ensimismaban, existía un entendimiento mutuo, una comprensión tácita de participar en extraordinarios misterios de los que, al menos ellos, eran conscientes. ¡Qué sola se quedaba la niña ahora que no tenía a nadie mas con quién mirar.

Después de tres días consiguió arrastraste colina abajo hasta un diminuto arroyo. Se mantuvo allí, inmovilizado por el dolor y la fiebre, hasta que agotó su provisión de carne. Comprobó que la invisible fiera que le mordía la pierna con saña, apretaba sus fauces con más fuerza cuando la movía o rozaba con algo, provocándole entonces un dolor terrible. Finalmente se acostumbró a la permanente presión de sus dientes y al palpitar de su corazón cuando la dejaba quieta.

Decidió que que debía moverse para seguir vivo. Necesitaba buscar alimento. Mañana cuando la gran luz saliese de nuevo intentaría llegar hasta el bosque cercano. Antes destapó la herida y lavo con agua fresca del arrollo la piel de antílope. Luego la pierna hasta donde el dolor se lo permitió. Por último, con el fin de que la bestia que le mordía la carne permaneciese dormida, decidió hacer todo lo posible para que su extremidad no se moviera colocando varias ramas alrededor y atando todo nuevamente con fuerza.

Esa noche volvió a soñar con la niña, esta vez un sueño perturbador. Ella era mayor, ya tenia bultos delante y él abundante pelo en la cara, claros signos de edad de participar, de decidir. También había un niño pequeño, tan tierno aún que no se mantenía en pie por sí solo. No quedaba claro de qué mujer había salido ese niño y él se asustó, la extraña sensación de tener algo que ver le hizo despertarse sobresaltado. Empezaba a amanecer. Tenía un objetivo y decidió ponerse en marcha.

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