Odeim Orup

Después de esto… ¿Qué pensarás de tu reflejo?

I

Estiré el brazo y rocé mi cara para retirar un pelo adherido en el espejo. La yema del dedo índice se hundió un poco en mi pómulo derecho.

Al menos eso me pareció ver y debí dejarlo ahí, sí, lo sé, ¡ahora lo sé! En ese momento no lo pensé demasiado y en lugar de obedecer al sutil escalofrío que bailó en mi cuerpo, apoyé los dedos sobre el cristal con más fuerza, haciendo que mi mano desapareciera hasta la muñeca en angulo ascendente atravesando pómulo, nariz y ojo derecho.

Fue como si mi temperatura corporal descendiese seis grados de forma súbita. Me quedé paralizado, incapaz de entender que pasaba ni de creer lo que veía. Así me quedé: tieso contemplando mi brazo mutilado. Hasta que la incertidumbre de no saber donde estaba mi mano, ni de qué la rodeaba en ese instante, reclamó la atención de mi abotargado cerebro y este, en venganza, destiló un coctel express de terror puro que me hizo retirarla con un violento espasmo.

Vale, cálmate… -pensé.

Tras el desconcierto y el miedo inicial se impuso el sentido común, la curiosidad, el desafío…

Toqué con manos inquietas diferentes zonas del espejo. Mis dedos se hundían en el cristal líquido sin ningún tipo de fricción y desaparecían.

No sentía frío, ni calor, ni dolor, en realidad no sentía absolutamente nada en los dedos.

Acerqué la cara al cristal y en vano traté de ver el otro lado rodeando mis ojos con ambas manos semicerradas. Me pareció ver otros ojos observándome…

Por supuesto eran los míos en realidad, pero a la vez los de otro. Finalmente no pude evitarlo y hundí la cara en el espejo.

En un acto reflejo, como si saltase a una piscina, cerré los ojos al hacerlo. Cuando los abrí tan solo veía mi cuarto de baño otra vez, el de siempre. Los mismos armarios, la misma bañera, las toallas ajadas, el champú, la taza del wc, el rollo de papel higiénico… todo igual que antes aunque por vez primera desde un ángulo diferente.

Francamente me resultó de lo más inesperado… y decepcionante la verdad. Imaginaba un universo nuevo. Algo impactante y extraño: Un prado con unicornios o un lago de azufre quizá… Me parecía lógico esperar que un suceso tan insólito fuese avalado por un propósito también a la altura y acompañado de un paisaje igual de espectacular.

Tan convencido estaba de que allí debía haber algo más que trepé al mueble de mi lavabo y gateé a través del cristal.

Descendí del otro lado del frío mármol con el pijama mojado en las rodillas y me dirigí hacia la puerta. Dí un par de pasos y me giré. Me contemplé de nuevo. Viendo ahora el reflejo de mi reflejo. ¡Qué extraña sensación de rutina y de novedad!

Todo parecía igual pero yo sabía que este no era mi cuarto de baño. Este era otro, y eso me hizo dudar de quién era entonces el del espejo: ¿era realmente mi reflejo o era yo?

Deseché esa más que convincente mirada de perplejidad que me observaba y tras dar media vuelta me encaminé con decisión hacia la salida de la habitación. Había algo que no cuadraba en ese fugaz recuerdo de mi reflejo…

La disimulada sonrisa que acompañaba a mis incrédulos ojos no era mía. ¡Que vá…! Estoy cansado de ver mi sonrisa y esa no la había visto nunca antes…

Miré hacia el espejo otra vez a tiempo de verme a mi mismo de espaldas, a cámara lenta, alejarme… cruzar la puerta… estirar el brazo… y apagar la luz.

 

Epilogo (O parte II, lo que prefieras)

¿Cuanto tiempo ha transcurrido?

¿Como podría saberlo?… intento cuantificarlo por días, por afeitados, por cortes de pelo…
Pero al final siempre pierdo la cuenta. La rutina difumina los números, se hacen borrosos y desaparecen de mi cabeza.

Creo que además del sentido del tiempo también he perdido ya la esperanza, y muy probablemente la razón… Se fugaron juntas.
Y como no hacerlo sabiéndose condenadas a esta agotadora y cruel espera…
¡Miserables ambas! ¡Que os den hijas de…!

No… que va, no estoy bien, lo sé… estoy desquiciado.
Esperando… Esperando… Siempre esperando, rodeado de vacío, de inmovilizadora oscuridad. Esperando a que se encienda la luz para poder moverme. Prisionero siempre del mismo carcelero, en la misma celda.

Sintiéndome secuestrado. Involuntariamente obligado, cual estúpida marioneta, a repetir sus actos, sus gestos, sus poses, sus ridículas muecas trajicómicas. Quiero gritarle… No. En realidad quiero golpearle. Sí… eso quiero: Machacarle…

Pero no puedo… Mi cuerpo ya no es mi cuerpo sino el suyo. Mi voluntad ya no es mi voluntad sino la suya. Maldito hijo de puta… siempre la misma tortura. Me mira, me susurra, me adula, me restriega su asquerosa condescendencia y al final me sonríe. Me deja creer que esta vez de verdad podre conseguirlo, que esta vez saldré, que me permitirá llegar antes que él y atravesar la puerta, que recuperaré mi vida…

Y cuando ya veo el pasillo, cuando estoy a punto de salir del baño, estira el brazo y, de nuevo, apaga la luz.

 

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