Corazón

Al atake de nuevo, directo al Corazón, con otro cuento corto… ¿Qué quereis que os diga de este? Que no es mi estilo (o si tuviera alguno no sería este) pero qué sé yo… Me abdujeron… estaba poseído… sonámbulo… En fin… no sé… esto estaba entre lo que había escrito así que ahí va…

 

CORAZÓN

Ella se durmió a altas horas de la madrugada, él no pudo. Esa noche, la puesta de sol se fundió con una prolongada velada de susurros y alcohol, a ritmo de jazz, bajo suaves luces ondulantes. Llegaron al hotel pasadas las tres y follaron hasta quedar exhaustos.

Él, recostado desnudo en la amplia butaca, contemplaba absorto la silueta de su cuerpo que, bañado por el frío reflejo de la ciudad, adquiría mágicas tonalidades purpúreas y rosadas, mientras memorizaba cada peca, cada leve imperfección de la pálida piel de la chica, luchando por no gritar. Por no maldecir una vez más, otra, al cruel arquitecto de su inevitable destino.

Tras pasarse toda la vida escondiéndose del amor, este finalmente le encontró  acurrucado en una vulgar y soleada tarde de monótona rutina seis meses atrás, mientras sustituía (ni siquiera era su turno) a un compañero y buen amigo en la unidad de urgencias del hospital donde ejercía como enfermero. Ella llegó prácticamente muerta. Al principio tan sólo fue otro cuerpo. Otra reanimación. Otra alma recuperada a regañadientes. Sin embargo tardó muy poco en notar los desconcertantes efectos que sobre él ejercía ‘ese cuerpo‘.

Ni de lejos iba a ser otra paciente más. Quizá fue por la violenta dolencia cardíaca que le imponía una implacable fecha de caducidad inminente. Quizá se contagió de la valentía y del optimismo con que ella afrontaba sus últimos días. O quizá, únicamente, fue su sonrisa perenne y sus radiantes ojos verdes, que parecían proyectar, como linternas, una alegría de colores capaz de cegar hasta la mismísima negra muerte.

En vano dedicó cada minuto disponible, cada conocimiento adquirido, cada esperanza, cada influencia a conseguir un corazón que prolongase la luz de esos faros, pero una caprichosa alteración genética reducía aún más los posibles donantes y convertía un posible milagro en una certera imposibilidad.

En la cama del hotel la respiración de la chica era rítmica, lenta y suave. Estaba en paz. Quizá era esa paz que, incluso estando dormida, escapaba por sus poros e inundaba la estancia la que lo había atrapado. Pensó que arropado por esa paz era fácil vivir sin importar el resto del mundo y sin ella, sin esa paz sanadora, nada tendría sentido. Y de eso estaba absolutamente convencido.

Las primeras luces del alba rompieron sus pensamientos, lo empujaron de nuevo a la realidad, a la habitación de hotel donde ella se moría poco a poco.

Se sentó con cuidado a su espalda. Cogió un extremo de la sábana y cubrió su cuerpo despacio deslizando la mano por su pantorrilla mientras arrastraba tras de sí la fina seda, avanzando por el muslo, ascendiendo y descendiendo por curvas convexas y cóncavas de cadera y cintura, costillas y pecho. Deteniéndose ahí, un largo instante, hasta que ella dejó escapar un leve gemido de placer que para él significó más que cualquier otra cosa que ahora pudiese recordar.

Se encerró en el baño para no despertarla. Llamó a su amigo. Ya sabía que estaría en el hospital, y le contó lo que iba a suceder. Esperó. Escuchó sirenas rasgando la calma. Estaba preparado. Escuchó sordos golpes sobre madera y los gritos urgentes de su amigo tal y como había imaginado que sucedería seguidos del estruendo de la puerta al abrirse con violencia. Le pareció oír la voz de ella pronunciando su nombre y apretó el gatillo.

Sobre la mesita de noche, junto a su propio informe genético, había una breve nota para ella: “Ya te dije, mi amor, que mi corazón siempre estaría contigo”.

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