Sugestión

Sugestión, un relato corto para recordaros el poder de la mente. Jamás menosprecieis el efecto placebo y el poder de la sugestión.

 

Sugestión

Se dio cuenta por casualidad. Como era una persona un tanto despreocupada vete tú a saber el tiempo que llevaba así pero una mañana apoyó la mano sobre el pecho mientras descansaba sobre la cama y notó que su corazón no latía. Se puso nervioso ¡claro! y se buscó el pulso, primero en la muñeca y luego en el cuello. No tenía. Estaba preocupado, como era de esperar, pero a la vez era plenamente consciente de encontrarse igual que siempre, sin dolor, sin fatiga, su temperatura era normal… lo volvió a comprobar. Definitivamente no había latidos. Pues raro si que era pero obviamente estaba vivo de modo que tenía que existir alguna explicación. Su corazón estaría bombeando de otro modo o la sangre fluyendo en sus venas por otra causa.

Se levantó despacio, tampoco era cuestión de tentar a la suerte dadas las circunstancias. Se vistió, se afeitó y bajó a la calle. Decidió ir caminando hasta el Centro de Salud porque vivía cerca y necesitaba hacer tiempo para pensar lo que contaría al llegar. Le resultaba terriblemente embarazoso decirle a otra persona que su corazón no funcionaba, que estaba parado.

No tenía cita pero le explicó el problema a una recepcionista muy amable, y guapa, que contra todo pronóstico le tomó en serio atendiéndole de inmediato. Lo siguiente fue un ir y venir de médicos y enfermeras. Todos, estupefactos y anonadados, discutiendo acaloradamente sobre lo imposible del milagro que tenían sentado frente a ellos.

Le trasladaron de urgencia a un hospital cercano completísimamente equipado donde le practicaron todo tipo de pruebas y le extrajeron muestras de sangre y orina. Le hicieron radiografías, escaners, ecografías y planificaron un tac para el día siguiente.

Durante una semana estuvo sometido a innumerables formas de exploración y le examinó un nutrido número de desconcertados especialistas. Todos ellos incrédulos y mudos.

Finalmente le citaron en una sala amplia, en ella se encontraban la veintena de doctores que ya conocía y otros tantos que no. Rodeados por cientos de documentos y fotografías de su cuerpo expuesto en imágenes obtenidas con las últimas tecnologías disponibles y que cubrían las paredes formando caprichosos mosaicos.

Su médico habitual, haciendo de portavoz, le explicó lo fascinados que estaban todos ante su extraño caso. Era obvio que quería tranquilizarlo pero tuvo que reconocer su impotencia para ofrecerle una explicación médica razonable. Sencillamente no la había.

El pobre hombre preguntó, ahora preocupado de verdad, como era posible entonces que él estuviese ¡ahí! hablando con ellos en ese mismo momento. El doctor le volvió a decir cuanto lamentaba no tener respuestas. Lo que le pasa a usted no lo hemos visto nunca antes, no es explicable, la verdad es que ni siquiera es posible, le dijo.

El paciente, descorazonado, le preguntó si estaba seguro, absolutamente seguro recalcó, de que no había otra causa, quizá algún mecanismo aún desconocido que justificase su estado. Percibió un leve gesto de negación en la mayoría de los expertos de las diversas disciplinas médicas presentes en la sala. Completamente aseveró el doctor con esa rotunda certeza y confianza que sólo se adquiere después de treinta y ocho años de experiencia. Desde el punto de vista médico es un autentico milagro que siga usted vivo.

El hombre del corazón roto meditó la respuesta durante unos segundos, le creyó y luego se desplomó, cayendo sobre la silla y de esta al suelo. Ninguno de los cuarenta y dos profesionales de la salud de la habitación pudo hacer ya nada por él. Estaba muerto.

 

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