Saber o no Saber

Saber o no saber, una reflexión personal acerca de las consecuencias de cumplir un deseo

 

SABER O NO SABER

El filósofo camina pensativo. Ajeno a la suave brisa marina que lame el pequeño puerto. Ajeno al penetrante olor a crustáceos y pescado muerto que flota entre los barcos, entre sucias cajas de madera vieja y pequeñas montañitas de redes al sol. Absorto en su eterna búsqueda de la esencia misma de lo que significa ‘ser‘. Entregado completamente a la deliciosa tarea de analizar, deducir y comprender.

¿Qué es, se pregunta, en última instancia, él mismo? más allá de la complejísima combinación de átomos que forman su cuerpo y que sabe que cambia por completo cada siete años. ¿De cuantos de estos átomos puede prescindir sin dejar de ser él mismo? ¿Seguiría siendo él si le faltasen manos y pies, brazos y piernas, ojos, orejas y lengua? Le sale un sí. Cree firmemente que su yo, su conciencia y, en definitiva él, ha de encontrarse en última instancia en el interior de su cabeza. El resto de sistemas y subsistemas son subordinados y lo acompañan para garantizarle al órgano dictador, el cerebro, las exigentes condiciones de funcionamiento que demanda. Temperatura, oxígeno, azúcares, minerales… Todo lo que sea necesario para mantener interconectadas y satisfechas a esa inmensa e intrincada colonia de células. Las neuronas. Para que sigan cuchicheando entre sí, intercambiando moléculas de proteínas en su propio lenguaje de mensajes químicos.

Y ese precisamente es el siguiente escalón: En un cerebro, las neuronas y sus conexiones son las mismas estando vivo que, un instante después, al estar ya muerto, cuando él ya no existe, y por tanto ya ha dejado de ‘ser él‘. De modo que tampoco esto (las células neuronales) son Él. Los miles de millones de neuronas siguen siendo tan solo un soporte, la estructura física que sustenta su yo. Él es entonces, únicamente, una proyección de la información codificada en esa infinidad de palabras químicas emitidas y recibidas por miriadas de dendritas, que las traducen a impulsos electromagnéticos y estos a mensajes químicos de nuevo que volverán a ser impulsos que… Un ruido sordo lo devuelve a la realidad.

En su pasear de divagaciones, abstraído por completo por sus propios procesos mentales, ha pateado sin querer un objeto que ha salido disparado hasta golpear un pequeño bote de remos que yace boca abajo mostrando su edad a través de capas y capas de pinturas de múltiples colores para rebotar después y detenerse justo en el borde mismo del muelle, donde permanece aun girando con una aparente energía infinita. El filosofo lo contempla incrédulo. Es una vasija de barro de aspecto antiquísimo y nulo valor estético.

Mientras observa curioso el perpetuo giro lento de la desvencijada ánfora, una neblina se forma poco a poco sobre ella y cuando la tenue nube, aun informe, adquiere un carácter mas denso oye una voz (quizás algo sobreactuada, todo hay que decirlo) que le deja sin aliento: Enhorabuena filósofo!, se te ha concedido, únicamente a ti, el don de saber. El  exclusivo privilegio del completo conocimiento. La capacidad de la comprensión y entendimiento absolutos del universo. ¿Quienes somos? ¿De donde venimos? ¿A donde vamos? ¡Todo! Todo lo que siempre soñaste saber será puesto a tu alcance. Ahora contaré hasta tres, y cuando lo haga veras una cegadora luz blanquísima, no te alarmes, ella te imbuirá de toda la sabiduría que tanto anhelas.

Uno

El filósofo hace un movimiento ágil y con otra patada, esta vez voluntaria, lanza la vasija al mar y sale huyendo en dirección contraria.

Le parece oír un sonido subacuático similar a ‘dos‘ pero no escucha el ‘tres‘ ni vé luz alguna. Espera unos segundos más, con los dientes apretados, antes de expulsar el aire de sus pulmones en un sentido suspiro de alivio y comenzar a respirar de nuevo.

Bienvenido nanolector !!! ¿que te cuentas hoy?

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