Cosas de Princesas

Cosas de Princesas. Erase una vez… en un lejano, lejano Reino…

 

Cosas de Princesas

El Príncipe es rubio, alto, esbelto, sonrisa perenne de marfilesca dentadura perfecta, guapísimo por supuesto. Modales exquisitos de alta cuna. Como mandan los cánones viste un impecable y brillante traje azul y llega a lomos de una elegante montura blanca.

Encuentra el Santuario, abandonado entre la maleza, por casualidad. Entra en la fría sala de piedra y ve muchas flores rodeando un par de urnas de cristal (¿o es metacrilato quizás?). En el interior de las urnas transparentes hay dos pivones de Princesas. Cada cual más espectacular.

Y entonces lo recuerda. ¡Zas! De golpe. Aquella charla en Palacio sobre como actuar ante la eventualidad de encontrarse una Princesa en estado de profundo letargo en el interior de una urna, ataúd o en realidad, dentro de cualquier tipo de contenedor o sobre un altar, cama o pedestal.

El protocolo exigía encarecidamente actuar siempre de forma escrupulosamente decorosa. La chica en cuestión puede ser Princesa de un poderoso reino y los conflictos diplomáticos por escándalos sexuales son de lo más sórdidos y complicados de explicar. En ningún caso debía el Príncipe aprovecharse de la situación ni de la bella durmiente.

Únicamente se permite, recuerda, el beso de rigor en los labios para la ruptura del hechizo, sin lengua naturalmente.

Luego si la doncella lo aprueba, que será lo normal, que sea lo que dios quiera.

En la charla siempre hablaron de una única Princesa. Encontrarlas a pares le parece un poco raro pero lo achaca a su magnifica suerte.

El Príncipe las mira bien a las dos. Las estudia. ¡Madre mía, como están las niñas! La que elija despertar con su beso de amor se lo agradecerá efusivamente… y ambas están buenísimas. Ya empieza a molestarle el ajustado tejido de sus ceñidas mallas reales. Se recoloca el paquete un poco ruborizado mientras mira alrededor buscando imaginarios ojos ocultos. Esta sólo.

Seguro que se ha enamorado de las dos. La una rubia como ha soñado siempre él a su Reina. La otra, una morenaza que quita el hipo. Diferente, exótica, nueva… lo novedoso atrae. Finalmente coloca un verdadero beso de amor en la roja y sensual boca de la morena.

La chica abre los ojos despacio. ¡Hostia puta qué ojos! y le sonríe, se despereza. El Príncipe bosteza. La joven se incorpora sin dejar de radiar su princesidad hipnótica y el apuesto Príncipe se duerme sobre ella.

En la charla no le explicaron, o si lo hicieron no estuvo muy atento, que lo del beso de amor solo funciona cuando ambos sienten esa chispa de deseo. Si esto no se cumple el enamorado despierta a la otra persona pero es él mismo quién cae en un profundo sueño.

La preciosa chica de cabello azabache y rotundas curvas baja de la urna y coloca con ternura al ausente Príncipe en su lugar. Se siente entumecida. A saber el tiempo que ha permanecido allí, en la misma postura… se estira un poco… un día estupendo. Mira a la Princesa rubia. Irina susurra, y la besa.

Después ambas aún se siguen besando un buen rato más antes de alejarse de allí en el elegante caballo blanco del Príncipe.

 

 

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