Exorcismo

Exorcismo. Yo y mis espejos… Para mi hija Lara que plantó la semilla de este relato.

Exorcismo

El muchacho había dejado de pegar a los demás chicos en el patio y ahora en lugar de robarles la merienda compartía con ellos la suya.
Hablaba en lugar de gritar y cuando jugaba ya no le importaba perder. A menudo hasta se reía con las bromas de los otros niños.
Sus padres estaban realmente preocupados por tan extraña aptitud afable y pacífica.
Acudieron a médicos especialistas para descartar cambios hormonales y después consultaron a psicólogos sin obtener ninguna respuesta para un cambio de comportamiento tan repentino.
Finalmente, desesperados, buscaron consuelo en la fe y el sacerdote de su congregación les convenció de que el chaval estaba siendo victima de una posesión. Era necesario un exorcismo y ellos accedieron resignados.

Llevaron al niño a un sala de la capilla y le colocaron sobre una cama. Ataron sus pies y sus manos a las esquinas como era costumbre para evitar que se hiriera y comenzaron a orar en una lengua desconocida para el muchacho.
Antes de entrar en el templo le habían dicho, sus padres, que todo eso era para que se curase y que fuese muy muy valiente de modo que estaba tranquilo. Atemorizado e incómodo pero tranquilo.
Cuando empezaron a gritarle en aquel extraño idioma se asustó mucho más pero sus papás seguían ahí, detrás de los que le increpaban, llorando por su enfermedad, así que fue doblemente valiente y aguantó… Aguantó mucho rato.

Los que murmuraban y danzaban a su alrededor se iban turnando.
Pensó en el parque, en los juegos con sus nuevos amigos pero el tiempo pasaba muy despacio y debió de quedarse dormido. Le despertaron bruscamente. Sentía frío. Los cánticos aun seguían.

Cuando encendieron cinco velas a su alrededor el chico estaba tiritando de miedo. Aterrado movía la cabeza frenético tratando de ver lo que pasaba a su alrededor. Había personas con mascaras de animales que lanzaban gotas de sangre de un cáliz negro sobre los símbolos dibujados con tiza alrededor de la cama.

Estaba muerto de miedo y comenzó temblar incontroladamente. Cuando el hombre que más hablaba se le acercó tanto con aquellos ojos de loco, y con un cuchillo empapado de rojo le lanzo un chorro de sangre encima, ya no pudo soportarlo más y comenzó a gritarle y a insultarle y a tratar de soltarse con salvajes convulsiones pero era imposible. Las cuerdas le quemaban los tobillos y las muñecas y gritó más y más, tanto que se quedo sin aire y se atragantó al respirar y una nausea imparable roció de vómito el rostro del sacerdote que seguía con su retahíla y se orinó encima y… perdió el sentido. Se desmayó…

Cuando volvió en si todos estaban a su alrededor, muy cerca, expectantes… Sintió un profundo asco por el hedor, aun tenía vómito en la cara y en la ropa y bolitas rojas de sangre brillaban en sus brazos. Recordó lo que había pasado, lo que le habían hecho y los barrió a todos con una nirada de odio infinito. Trató de levantarse pero las cuerdas se lo impidieron. ¡Soltarme ya joder, hijos de puta! Gritó con furia. Todos se miraron. Los padres parecían aliviados. Asintieron y le soltaron.

El chico se levantó como un relámpago cargado de ira y resentimiento. Cuando salía de la habitación derribó de un empujón a uno de los encapuchados, le dio un fuerte puñetazo en la entrepierna a otro y de una patada lanzó por los aires una de las velas que aún ardía en el vértice del pentágono de tiza pintado del suelo.

Sus padres sonreían.

¡Hijos de puta! se le oyó gritar de nuevo desde fuera de la capilla.

Todos se felicitaron. Fue muy duro pero el exorcismo había sido un éxito. Finalmete el Bien había sido expulsado de su cuerpo…

 

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